15 may 2017

Centímetros

La mañana comenzaba a asomarse por las rendijas de la persiana cuando sin querer, se posó en mis ojos. Luchaba por mantenerme en aquel sueño tan plácido, pero sin embargo, el daño ya estaba hecho. Giré sobre mí misma, para protegerme del vil enemigo que me visitaba cada mañana pero el sueño no volvió. Me estiré  y bostecé igual que aquel felino que vi el otro día en la televisión, con fiereza, antes de restregarme los puños por los ojos. Es justo en ese instante cuando la realidad te golpea y recuerdas la vida. Y evidentemente, me acordé de todo. Su suave tacto, aquel inconfundible olor a vainilla, esa calidez al abrazarlo. Solo quería repetir ese momento cada segundo del día, sentir esa felicidad suprema y miré en derredor, buscándolo. Me incorporé a duras penas, aún no controlaba bien los movimientos, por lo que tardé más de lo que esperaba y mi angustia se incrementó. Miré, busqué y no lo vi. Podía recordarlo pero mis ojos no alcanzaban a ver en aquella penumbra llen
a de sombras hórridas. Y lloré. Con todas mis fuerzas, mis pulmones y mi ser. Lloré tanto y tan fuerte que mis deseos se hicieron realidad. Mamá entró en la habitación, ojerosa, despeinada pero con una gran sonrisa, me cogió entre sus brazos murmurándome palabras de consuelo en el oído que surtieron un efecto inmediato. Apoyé la cabeza en su hombro y cuando abrí los ojos lo vi por fin. 
El osito de peluche que me habían regalado por mi cumpleaños estaba solo a unos centímetros de mí. Estiré una mano añorando su tacto y mamá lo cogió y me lo acercó. Y yo, no pude ser más feliz.


Este relato participa en la convocatoria de @divagacionistas sobre #relatosDistancia.

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