20 feb 2017

Ferrocarril

Reviso el bolso nerviosa, buscando el billete, pensando si lo he dejado encima de la mesa. Por fin lo encuentro y suspiro tranquila. Estos ataques de corazón me pueden dar varias veces hasta que me monto en el tren, no sé qué le pasa a mi cabeza. Camino distraída hacia la pantalla de información donde anuncian que el tren llegará a las 09:38. Siempre me ha gustado el extraño horario de los trenes, jugando con los minutos que menos tenemos en consideración.  Aun quedan 20 minutos para que el tren salga de la estación, así que miro distraída a mi alrededor, buscando algo con lo que distraerme y empiezo a andar de manera inconsciente hacia las escaleras para ir a la vía. La estación es pequeña y tiene pinceladas antiguas mezcladas con modernas máquinas que no encajan del todo bien en el paisaje. Si pasas de los andenes 1 y 2, puedes pensar que estas en una estación abandonada. Los bancos están desgastados, la única pantalla luminosa está rota y se ve un grafiti en una de las columnas que sujetan la techumbre. Un tren de pruebas pasa errático por la zona que supongo será para comprobar que todos los componentes del tren están en perfecto estado, aunque la apariencia del tren es lamentable. El óxido se ve claramente por toda la superficie, y aún hay restos de pintadas en la parte frontal. ¡Qué manía con firmar cada parte de la estación! Observo al maquinista, tiene apariencia joven e inexperta. ¿Estará de prácticas? Pobre si es así, menudo aparato le han dejado…

Y mientras me consumo en mis pensamientos de compasión hacia ese pobre maquinista, un silbido me sobresalta. Mi tren ha llegado y tiene la misma apariencia que el del joven maquinista o peor: descuidado, desbaratado, cansado y melancólico. Y con resignación, me subo a él. 


Este relato participa en la convocatoria de @divagacionistas sobre #relatosTrenes.

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