14 nov 2016

Esperas que merecen la pena. O no.


Las grandes historias de amor son las que superan todos los obstáculos y son capaces de vivir felices y comer perdices hasta el fin de sus días. Cuando pensamos en ellas, solemos imaginar, por ejemplo, a un joven que se queda prendado de la chica con la sonrisa deslumbrante que vive a su lado y que por suerte también le corresponde, pero por infortunios de la vida el joven debe partir a la guerra, por elegir un destino, durante una larga temporada. Antes de marcharse, por supuesto, ambos se juran amor eterno y prometen esperarse y quererse hasta que vuelvan a estar juntos de nuevo.

La joven espera en el pueblo soñando con su amado, creyéndole en peligro, aguantando la larga agonía con cartas donde le expresa su amor y su deseo de tenerle entre sus brazos. A la vez, el joven, que como he dicho está en la guerra, recibe las cartas y contesta con las mismas ganas, mientras suele llevar una foto de su amada cerca de su corazón. Ambos son capaces de soportar el tiempo separados gracias a unas pocas palabras y al recuerdo intenso en su memoria. La espera se hace más llevadera. Y cuando la guerra termina al fin, los dos vuelven a reencontrarse y son felices. La espera ha sido horrible pero ha merecido la pena. El amor gana.

Sin embargo ahora no somos capaces de aguantar las esperas. Las nuevas tecnologías nos facilitan la vida haciendo que nos comuniquemos en segundos desde lugares muy diferentes en el mundo. El problema llega cuando debido a estas tecnologías no somos capaces de aguantar ni 5 minutos a que alguien nos conteste a un mensaje, nos ponemos histéricos si alguien no permanece conectado a la realidad 2.0, como si no tuviéramos una vida (real) que vivir.


¿Creéis que las historias de amor ya no son como las de antes porque las esperas han desaparecido y nos hemos vuelto impacientes? ¿Las esperas hacen la vida más romántica? ¿O quizá menos? 

Este relato participa en la iniciativa de @Divagacionistas de esta semana, con «la espera» como tema principal

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